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Colegio privado sí o no

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Hace años creía en esa idea pura de la meritocracia. El concepto del «gobierno de los mejores» se extendería a todo tipo de escenarios, y las jerarquías —no solo en política— se conquistarían por mérito. Cuanto más y mejor trabajes, más alto subirás, más pasta ganarás y más reputación/respeto/reconocimiento obtendrás.

Esa idea es un mito. Es más. Puede que hasta una falacia.

No lo digo yo. Se han escrito libros, artículos, más libros y más artículos sobre ello porque mucha gente parece estar engañada o tener una idea poco realista de cómo vivimos. Por triste que resulte, nuestro mundo está plagado de puertas traseras, puertas giratorias —cuánta puerta—, enchufismo y nepotismo.

Los contactos importan. Te puedes apañar sin ellos, claro, pero si los tienes la vida puede ser mucho más fácil. El problema es conseguirlos. Y de eso va este post.

En enero de 2020 una treintena de personas se agolpaban ante el número 10 de la calle Príncipe de Asturias de Madrid. Lo hacían con abrigos, provisiones y sillas. Eran gente normal y corriente, gente gama media, como yo. En esa cola no regalaban pisos o viajes a las Islas Canarias. No era la cola para renovar pasaporte o para el permiso de extranjería.

Era la cola para matricular a los niños en el colegio Santa Bernardita.

Lo contaban en El País. Ese centro infantil es peculiar porque puede abrir la puerta a El Pilar, el centro concertado —pseudoprivado, vaya— de marianistas que es algo así como el Eton castizo. Uno en el que se arremolina la prole de las élites de hoy, y que por tanto tiene bastantes papeletas para mantenerse en las élites del mañana. En El Pilar no han estudiado premios Nobel como en Eton, pero sí lo han hecho José María Aznar o Alfredo Pérez Rubalcaba, decían en El País. Por cierto, en el diario no mencionaban que también estudió allí Juan Luis Cebrián, que dirigió ese diario desde 1976 a 1988 y que también fue mandamás del Grupo Prisa hasta 2018. A él, como a los otros citados, no les ha ido del todo mal.

En El Confidencial contaban días después cómo los criterios de El Pilar para abrir las puertas a nuevos alumnos —seguro que allí hay traseras, giratorias, laterales y vaya usted a saber de qué más tipos— tienen truco. Por no decir otra cosa. Los sistemas y criterios de puntuación son discutibles, algo que ocurre en otros muchos escenarios y que hace que una vez más el mito de la meritocracia se caiga por su propio peso. El proceso está contaminado desde el principio, por supuesto. En Wikipedia resumen un poco el tema (traducción de DeepL):

El mito de la meritocracia es una frase que sostiene que la meritocracia, o el logro de la movilidad social ascendente a través de los propios méritos, independientemente de la posición social, no es ampliamente alcanzable en las sociedades capitalistas debido a las contradicciones inherentes. Se argumenta que la meritocracia es un mito porque, a pesar de ser promovida como un método abierto y accesible para lograr la movilidad de clase ascendente bajo el capitalismo neoliberal o de libre mercado, la disparidad de la riqueza y la limitada movilidad de clase siguen siendo generalizadas, independientemente de la ética de trabajo individual. Algunos estudiosos sostienen que la disparidad de la riqueza incluso ha aumentado porque el «mito» de la meritocracia ha sido promovido y defendido con tanta eficacia por la élite política y privada a través de los medios de comunicación, la educación, la cultura empresarial y otros ámbitos.

El tema salió a debate el otro día con unos amigos. Terminado el chuletón, de repente nos pusimos a hablar de si llevaríamos a nuestros niños a colegios privados —todos nuestros enanos estudian en el mismo colegio público—. Ahí hubo argumentos de todo tipo: unos decían que aun pudiendo no lo harían, otros que lo harían si pudieran, y yo comenté que ni puedo ni creo que pudiendo lo hiciese.

Todo bien hasta que nos pusimos a debatir sobre para qué servía un colegio privado. No tengo esa información en mi mano y no puedo comparar, pero conozco a niños de colegios privados y no son ni Will Huntings ni Tiger Woods. Son chavales normales que —creo— no tienen una educación especialmente distinta ni mejor que la de mis hijos. A mí me alucina por ejemplo que los míos ya chapurreen inglés con 9 y 11 años: yo a esa edad acababa de empezar a aprenderlo como extraescolar (mi cole era de los de francés obligatorio, bien sûr), y cuando entré en la facultad la mayoría de la gente de mi clase no tenía ni papa del idioma sajón. Vaya. Ni potato.

El caso es que uno de mis amigos tenía claro que el privado no servía para absolutamente nasty de plasty. Que currándotelo te podía ir genial, como uno esperaría de las meritocracias puras. El otro amigo coincidía conmigo si algo bueno tienen esos colegios, es que abren puertas. En ellos hay tanta gente válida/no-válida (perdonad la supersimplificación, ya me entendéis) como en los públicos, pero la diferencia es que en el colegio privado los no-válidos tienen muchas papeletas para triunfar arrimándose al sol que más calienta. Lo harán de la mano de esa élite triunfal, y aunque ellos no triunfen tanto, probablemente lo harán bastante más que otros que quizás (probablemente) lo merecían más.

Luego, claro, vinieron las discusiones. Que si eso era mentira, que si no, que si la gente con pasta y que triunfa es idiota —hay de todo, como entre la que no tiene tanta pasta y triunfa menos o nada— y que una vez más estudiar mucho te permitirá ser presidente de Microsoft y dedicarle 10.000 horas al golf te hará mejor que Tiger Woods.

Ninguna de esas dos cosas funciona casi nunca. A mí la carrera me fue fatal, pero conocí a gente bastante brillante y hasta un candidato a Will Hunting. Me reuní con algunos de ellos años después pensando que estarían en Google, Facebook o Spotify liderando equipos y haciéndose de oro, y qué va. Eran curritos como muchos otros. Dignos, honestos y válidos, pero nada más. Aquel encuentro me dejó claro que una cosa es que te vaya bien en los estudios y otra muy distinta en tu carrera profesional, pero esa es otra historia: el caso es que si la meritocracia fuera una realidad, esos chavales estarían mucho mejor de cómo estaban.

Con lo del famoso mito de las 10.000 horas del libro ‘Outliers’ de Gladwell —si no lo habéis leído, es súper recomendable—, lo mismo. Dan McLaughlin, fotógrafo comercial, dejó su curro tras leerse el libro. Quería ser golfista profesional. Se puso un plan, entrenó y entrenó e incluso consiguió patrocinios de firmas como Nike. Jamás llegó a ser profesional, aunque eso sí, logró ter un hándicap bastante respetable de 2,6 que luego fue perdiendo progresivamente. Resulta que jugar mucho al golf no basta para ser como Tiger Woods. La meritocracia tampoco sirvió.

Y no sirvió porque hay demasiadas cosas que influyen. Está el talento que tiene Woods, está la labia que tenía Jobs, y por supuesto está el dinero de papá y de mamá y el haber nacido entre las élites de Madrid o Nueva York o hacerlo en un barrio pobre de cualquier lugar del mundo. ¿Tienes opciones de tener éxito? Seguro. Y también es seguro que tu camino será mucho más duro que el de esos que tienen talento, o labia, o (sobre todo) pasta y contactos. A partir de ahí el trabajo importa, claro, pero de meritocracias, amigo mío, más bien poco.

Lo más importante de la discusión acabó diciéndolo el amigo que no creía en los privados. En eso estoy totalmente de acuerdo con él.

«Yo lo que quiero», dijo, «es que mis niños sean felices».

Exacto.

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6 comentarios en “Colegio privado sí o no

  1. Marcos dice:

    Tengo dos amigos. Los dos montaron los mismos negocios. El de la pública llamó a todas las puertas y a duras penas se mantiene. El de la privada fue a ver a sus antiguos compañeros/ colegas. Les untó y ahora mismo va por la cuarta apertura en otras ciudades, que casualidades, están amigos suyos por allí….

Comentarios cerrados