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Crítica razonada de las perogrulladas y los Premios Nobel

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Toma titular. Y diréis vosotros, ¿qué tendrá que ver el culo con las témporas? Pues algo sí, queridos y queridas. Sobre todo cuando un Premio Nobel se dedica a escribir perogrulladas y cobra porque la gente pueda leerlas.

Que es lo que me ha pasado con ‘Pensar rápido, pensar despacio‘ (8,54 euros en su versión Kindle en Amazon), el libro que me ha tenido cerca de tres meses tratando de pasar de página en página. No debería ser tan difícil porque el autor es nada menos que Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002.

La cosa ya pinta un poco rara cuando descubrimos que Kahneman no es economista, sino psicólogo. De hecho le concedieron el premio «por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre«.

¿Puedo yo juzgar a todo un Premio Nobel? No. Lo que puedo juzgar es su libro, que me ha parecido pesado, farragoso, mal escrito (o traducido) y horripilante en general. Intenté acabarlo, de verdad. Este verano lo cogí con relativas ganas entre doble tirabuzón y doble tirabuzón chapuzón y chapuzón. Me ponía un rato en la toalla recostadito mientras me secaba y me decía a mí mismo: «venga, JaviPas, culturízate y no te quejes tanto». Lo mismo me decía tras intentarlo de vez en cuando por la noche. O en algún ratito de espera, o en algún trayecto en el metro, o en algún tiempo muerto de esos que raramente me concede la vida estos días. Me decía: «no caigas en Twitter, JaviPas. No caigas en Reddit. No caigas en el entrenimiento fácil. Lee más allá de los 280 caracteres».

Y lo intentaba. De verdad.

E intento tras intento, la misma sensación. La de que pasar de página me costaba un mundo porque este hombre, aparte de no saber escribir (o no haber contratado a un buen traductor) estaba contagiado por el mismo mal que afecta a toda una parte de la industria: la de escribir perogrulladas. Cosas obvias. Cosas que me parecen tan de sentido común que acabé pensando que igual debería ponerme a escribir algo, cualquier cosa, y mandárselo a los miembros del Sveriges Riksbank para ver si igual tienen a bien darme la medallita y el milloncejo de euros con el que está dotado el precio.

De verdad. Esto es un libro de autoayuda.

Y no soporto los libros de autoayuda.

He leído pocos, lo reconozco. Huyo de ese segmento como de la parca, y aunque es evidente que hay un amplio número de personas que son adictas a este género, yo no puedo con él. Seguro que habrá excepciones, pero mi sensación es la de que todos estos libros están hechos con el objetivo de empequeñecer a quien los lee. Es como si cada uno de ellos le estuviera diciendo a su lector «¿pero es que no ves todo lo que estás haciendo mal, alma de cántaro? Sigue mis consejos y lograrás ser feliz como una perdiz».

Seguro que me vuelvo a equivocar aquí, pero entiendo que todos esos libros podrían ser sutituidos con un poco de sentido común, que como muchos dicen últimamente es el menos común de los sentidos. Y sin embargo yo creo que solo hace falta eso en lugar de perder tiempo y dinero en esas lecturas. Darle una vueltecita a las cosas, vaya.

Un libro no te hará adelgazar, dejar de fumar, ni ser mejor padre o mejor persona. Para todo eso y otras muchas cosas basta con un poco de sentido común y (bastante) voluntad, creo yo. Es cierto que muchos de estos libros pueden servir como apoyo, como recordatorio, como guión incluso, pero en muchos de ellos los autores se aprovechan de esas ideas bastante insulsas para enrollarse durante 200 o 300 páginas y sacar así un jugoso beneficio de esa pereza que nos da sacar un poco a relucir ese sentido común que todos tenemos o deberíamos tener.

Lo más gracioso es que quienes escriben esos libros son algo así como la «versión larga» de los otros vendemotos. Ya sabéis, los influencers y wannabees de influencers que utilizan redes sociales como LinkedIn o Instagram para hablarnos de sus éxitos y lo felices que son en sus vidas. Estos últimos lo hacen con un post de 200 caracteres o una foto así que el mensaje de autoayuda es bastante más simple y potente, pero el efecto es el mismo si alguien busca consejo en personas que teóricamente tienen éxito y felicidad (parcial)… o solo éxito (parcial), o solo felicidad (parcial). O lo que sea que tienen.

Aquí me gusta recordar aquel vídeo absolutamente prodigioso que tenéis aquí encima y que quizás os guste. Es de Digg y ya escribí sobre él hace tiempo. Por si no queréis verlo, en el vídeo la gente de n años le daba un consejo a la gente de (n-1) años. De todos ellos me conquistó el que daba alguien de 91 años a alguien de 90:

Dear 91 year old. Don’t listen to other people’s advice. Nobody knows what the hell they’re doing.

Pues eso mismo. No hagáis demasiado caso de los libros de autoayuda. Ni tampoco a este post, claro.

Me he desviado un poco con este discurso jater hacia la sección de autoayuda porque hace un par de días me volvió a atacar el fantasma de la autoayuda. Volvía en avión de un viaje estupendo y maravilloso a Dublín con unos amigos igual de estupendos y maravillosos y decidí darle una nueva oportunidad a Kahneman.

Leí una vez más sobre lo mucho que trabajó con su amigo Amos y otras personas brillantes que fueron los mejores en su campo. Leí otra vez cómo desafió la teoría de la utilidad de Bernouilli. O cómo cómo nuestro Sistema 1 (pensamiento rápido, irreflexivo, automático, emocional) lo domina todo. Cómo no deja que el Sistema 2 (lento, lógico, calculador, consciente, reflexivo, mucho más cercano al sentido común) actúe. Leí otra vez sobre experimentos de eminentes académicos y tras 15 o 20 páginas me harté. Había logrado leer un 56% del libro en total y no podía más.

Normalmente la cosa hubiera acabado ahí. Probablemente no hubiera escrito nada en este blog, pero entonces mi amiga me animó a que me leyera un librito que se había comprado en el aeropuerto. «A mí me ha encantado», me había dicho para luego alcanzármelo. ¿El título? «Steve Jobs. Lecciones de liderazgo», de Walter Isaacson. Ni pongo el enlace, porque espero que ninguno os lo compréis, pero si queréis hacerlo, vosotros mismos.

Apenas tendría 50 páginas y el formato era no de bolsillo, sino de bolsillito. Era, en mi opinión, un absoluto fraude. La obra de alguien que se aprovecha de los éxitos de otro y habla de cómo tener éxito siguiendo los mismos principios que le funcionaron al mítico Steve Jobs. Aquí Isaacson, al que le compré la biografía y acabó decepcionándome, quiere exprimir la gallina de los huevos de oro, y me parece flipante. Triste y flipante, porque yo podría haber hecho lo mismo —pero claro, no escribí su biografía autorizada— y de hecho puedo hacerlo con cualquier otro triunfito empresarial de nuestros días. Igual me pongo, oye.

El caso es que aquel libro era otro ejemplo de ese manual de autoayuda clásico que te da consejos obvios o cosas que le funcionaron estupendamente bien a Jobs pero que desde luego no tendrían por qué funcionarte bien a ti. Si fuera así, amigos míos, todos seríamos CEOs de nuestras respectivas Apple. Y si todos los libros de autoayuda funcionasen no habría gente gordita, ni fumadores, ni gente con depresión, o sin amigos, o sin el amor de su vida. El mundo sería estupendo, y la señal más clara de ello es que en las librerías no veríamos un solo libro de autoayuda porque no los necesitaríamos la gente no los necesitaría.

A la mitad del librito, 5 minutos después, se lo devolví a mi amiga. «Lo siento, odio estos manuales de autoayuda», le dije. «¿Sí? A mí me ha gustado», me respondió. «Me ha servido para pensar que estaba haciendo mal en mi empresa y que creo que puedo mejorar».

Pues chapeau, ciertamente. Es como decía lo único rescatable de unos textos que a menudo no sirven más que para eso. Para montarnos un esquemita que nos permita (con sentido común y voluntad) mejorar nuestra vida y nuestros flujos de trabajo. Yo creo que no es necesario un libro para eso, pero si a la gente le viene bien es porque efectivamente los libros de autoayuda tienen un valor que yo no aprecio. Y lo tienen, está claro.

Fue entonces cuando decidí que tenía que dedicarle un post al señor Kahneman y a su libro, porque aunque a mí se me escapa porque debo ser algo estúpido. Que a alguien le den un Premio Nobel por descubrir la teoría de las perspectivas o la relevancia de la aversión a las pérdidas me parece alucinante. Son perogrulladas. O al menos lo parecen a toro pasado, claro. Igual eso es lo genial: descubrir que lo eran.

Si me pongo, yo también las hubiera sacado, creedme. Pero escribir casi 700 páginas sobre esos descubrimientos probablemente sí que no hubiera podido hacerlo. Ahí el tipo tiene mérito, debo reconocerlo. Menudo crack. Qué capacidad para dejar frito al personal.

Hasta nunca, señor Kahneman. No ha sido ningún placer.

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13 comentarios en “Crítica razonada de las perogrulladas y los Premios Nobel

  1. pakolo dice:

    El maestro yoda es el amo de todo eso. No habla demasiado durante las películas, pero es siempre brillante, sobre todo cuando le da lecciones a Luke Skywalker: No hay que tener la vista perdida en el horizonte e ir pensando en las aventuras, céntrate en el ahora. Por muy poderoso en la fuerza que uno sea, a todo cochino le llega su San Martín. El mejor profesor que tiene uno son sus errores y uno es tan buen maestro como termine su alumno siendo de bueno. Ea, se acabaron los consejos de autoayuda, fácil y rápido.

  2. Antonio dice:

    Me alivia ver que no soy el único que opina lo mismo sobre el libro de Kahneman. Llegué a el a través de varias recomendaciones, entre ellas la de Antonio Ortiz, pero la verdad es que me pareció insoportable. Lentísimo, con mucha paja. Interminable cuando describe los experimentos, cuyas conclusiones se podrían simplemente resumir en vez de escribir paginas y paginas de ensayos sobre la dilatación de la pupila, ejercicios mentales…

    Como muchos best seller americanos es una sola idea repetida en cientos de páginas.

    Me hizo reflexionar sobre como ha influido Internet en nuestros hábitos de lectura: ya no soportamos textos con paja que no vayan al grano y directamente a las conclusiones.

    • Curioso, yo también comencé a leerlo a raíz de la recomendación de Antonio. Le debo una colleja.

      Los soportamos menos, desde luego. Y lo de meter paja y rellenar cientos de páginas alrededor de una misma idea es algo que hacen muchos otros fuera de EE.UU., que también lo he sufrido con algún pseudogurú español.

  3. Lambda dice:

    Kahneman… ya tiene que ser mal escritor para que lo vivisecciones aquí xD lo cierto es que hay pocos fuera del mundo de la ficcion narrativa que sean buenos escritores. Y menos aún que sean escritores de autoayuda… aunque este señor no es de esos, o eso me pensaba yo xD.

    En unas jornadas del Starmus (evento de musica y ciencia) me di cuenta que hay pocos científicos con el don de explicar eficientemente sus ideas a los demás, presentarlas de forma atractiva e interesante ademas de congruente y respetuosa con el nivel de la materia, sin que te sientas bobo . Es todo un arte. Y esto pasa tambien en los libros divulgativos. Casi que mejor que releas a Richard Feynman o a Asimov, dos fieras en ese sentido. Te recomendaria otros mas modernos, también, pero es que si empiezo no acabo xD. Soy lector compulsivo xD

    • Seguro que es brillantísimo, pero el libro no me ha creado una imagen especialmente benevolente de él. Es como dices un problema para muchos sabios: no saben transmitir esa sabiduría.

      Dicho lo cual, las recomendaciones siempre se agradecen. De Asimov me he leído unas cuantas de la Fundación (creo que 7 u 8), pero nada de no-ficción, si es que lo tiene, que supongo que sí por lo que dices. Feynman promete.

      Me gustaría leer mucho más, pero el tiempo se me escapa y ponerme con fraudes como el de este libro hace que no me enganche y deje de leer durante semanas. Una penita.

  4. Como, para mí, la literatura de autoayuda también era, y es, un fenómeno llamativo, no hace mucho reflexioné sobre él en mi blog de novela y tecnología. Intenté acercarme lo más objetivamente posible, huyendo del blanco o negro (ya sabes, o amas los perros o los odias; o adoras los libros de autoayuda o los aborreces) ya que soy un convencido de los grises, más claros o más oscuros, eso sí. Por si a ti o a alguno de tus lectores os interesara leerlo, esta es la url de mi artículo: http://www.javierpenas.com/2018/01/libros-de-autoayuda.html

    Aprovecho para felicitarte por tus siempre interesantes entradas al blog.

    Saludos.

    • Gracias por el enlace a tu reflexión, que si te fijas yo diría que no es tan distinta a la mía. Es verdad que mi discurso es bastante jater, pero también hay un puntito de aceptación, y es que como tú apuntas, estos libros pueden al final ser punto de partida para que la gente se dé cuenta de cosas a mejorar. Aunque ya las supiera pero no tuviera el sentido común de pararse en pensar en ellas, claro 😉

      Sea como fuere, bien por el apunte, Javier. Y gracias por tus felicitaciones 🙂

  5. Kamek dice:

    Me ha hecho gracia lo de «vamos Javi, culturízate». He ahí el problema, los grandes medios, los poderosos, y no se quién más (no quiero parecer un conspiranóico pero vaya…) nos hacen creen que los premios nobel son los grandes genios de nuestro tiempo cuando muchos de ellos son un auténtico fraude. Los intelectuales que conocemos y vemos por la tele, n0rmalmente son los promocionados por los mass media y los grupos de poder. Los grandes talentos que no aspiran a ser reconocidos, que no son vanidosos, esos no los conoce casi nadie y son los mejores. Por ejemplo, todo el mundo conoce a Ortega y Gasset pero pocos han leído a Ramiro de Maeztu. Hoy día, la gente puede conocer a Escohotado o incluso a personajes deleznables como Monedero o Errejón. Y se les trata a todos como intelectuales. Pero nadie conoce a Gustavo Bueno, García-Trevijano o Miguel Ayuso.

  6. Land-of-Mordor dice:

    «…La cosa ya pinta un poco rara cuando descubrimos que Kahneman no es economista, sino psicólogo. De hecho le concedieron el premio “por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones bajo incertidumbre“…»

    Cuando pueden dar el Nobel de Economía a un psicólogo me refuerzan la creencia en que la respetable (y no estoy siendo irónico) disciplina económica es cualquier cosa menos ciencia. Cuando se comprueba que sus predicciones son igual de exactas que la que uno pueda hacer tirando una moneda al aire o siguiendo sus propias corazonadas con una lectura somera sobre el asunto en cuestión, queda comprobado que incluir la economía dentro de las ciencias es un gran error del siglo XX, perpetuado y ampliado en el XXI. Espero ansioso la apertura de la primera facultad de «ciencias literarias». Total, usan números para contar versos y usar números y expresiones matemáticas es lo único que necesita una disciplina para ser «ciencia».

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